Rigoberto, sentado frente a la ventana del aula, cabila cuál será la mejor manera de resolver el acertijo. Rafael no cesa de aturdirlo con palabras que pierden sonoridad al llegar a él.
Visualiza la avenida México y sentado en su motoneta ve a aquel gordo basto, cuyas nalgas inmensas pierden el minúsculo asiento de su ridícula nave rodante. Junto a él, con cara larga y seria, se ve a su ineludible compañero, adusto, cejijunto, aguileña nariz y torvo aspecto. Trepado en su bicicleta turismo, cromada añejamente, hoy sarro casi inservible.
-Señor mío- habla el gordinflón atemorizado- que lo que vos ves no es un monstruo o ser semejante.
-¡Calla bellaco!, que el gran mago, ha decidió encantar magistralmente a esos pobres seres, y transformados en gigantes y arremeten contra nuestras mercedes.
-¡Pinche terco!- exclama aún más asustado el voluminoso- ya le he repetido que ese tracto camión es enorme, y su protección acerada solo causaría daños a vos.
-¡Calla Miedoso!, de otros altercados hemos salido airosos y con la merced de nuestra señora de la Candelaria que reposa su santa túnica en la iglesia de torres de cantera y gran plaza de Zapopan, siempre la victoria ha sido nuestra.
-Sí mi señor pero…
Instante no previsto Don Alonso Quesada, alza el bate de beisbol que empuña con la diestra, la bacinica que le sirve de protección a la cabeza, un tanto de lado, que le aporta un aire donoso, relumbra con los rayos solares y sale impetuoso en contra de sus enemigos.
El enorme tractocamión se alza transformándose en Optimus Prime, los rojos endiablados y los azules metálicos, giran violentamente y desenfunda impensable cantidad de armas, con un solo aleve manotazo, arrostra por lo alto a Don Alonso, que si bien no sabemos si es Quesada por lo del Fox que fuera presidente, o Quijada por lo burro que se comporta, o Quejano nomás por fastidiar los nombres, parece guiñapo viejo y andrajoso.
El semáforo en rojo, cambia según los momentos diseñados y la luz verde da paso al tropel de vehículos en espera del siga. Juancho Sánchez, como de rayo sale a levantar a su amo, que lanzado por los vientos cual rosa direccional, cae tan largo como sus flacas piernas en la banqueta.
-¡Móndrigo encantador, mago vapulero, cuando tenía ganada la victoria y los rubicundos rayos de Helios, acariciaban mi faz, intervienes para mi desdicha!
Rigoberto analiza la situación una vez más. Este acertijo no tiene solución. Rafael, habla que habla, sigue escribiendo a máquina.
dumv. I-III-MMXII
Las visiones del Quijote
Octavio Ocampo
Museo Iconográfico de Gto.
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