La primera ocasión que escuché hablar a Raúl Reyes citaba a algunos autores leoneses. Su pasión por la obra de los locales lo encaminó al estudio de la literatura hecha en la ciudad por los nacidos y radicados en esta, León de los Aldama, que se diría de ella industrial y con ello se presupone que las factorías necesitan de obreros y no de poetas. La temporalidad nos acercó en proyectos que se expresaron a través de El Canto del Ahuehuete, y publicamos artículos donde se trató a varios autores. Además comenzó a colaborar con poemas personales, algunos de los cuales fueron primicia de este poemario.
En su faceta poética, Raúl expresa la visión del ciudadano como individuo inmerso en este conglomerado de ideas, pero a la vez un ausente de la ciudad envolvente, que encierra a la persona y lo tira al abandono de si, detrás de la pena la esquina está vacía.[1] Y lo imagino cual pugilista a saltitos entre los versos de su libro. ¿Quién soportaría 33 rounds con la ciudad?
La primera parte de su libro Ciudad de incendios, es una invitación a la hoguera, reclama la palabra:
[…] La sociedad está dando su bienvenida
a sus hijos de humo y desconcierto.
¡BIENVENIDOS!
Salven lo que resta,
y váyanse lejos a sembrar dinamita
y asbesto,
ACÁ, ya hemos muerto muchos
y ya no sabemos por qué morir.[2]
La segunda parte más intimista, devela el alma por prendas, Nuestro tiempo artificial, provee al ser de ausencias y en la fonética una proclama de resurgimiento ante la nada:
El hilo del tiempo nos tiende una trampa
Y nos atrapa.
[…] Descubro que vivir, es buscar, sin las manos
el eco del
Destino.[3]
El poeta que decide escapar, pero dentro en la sustancias no se escapa de lo que se es. Lo que en el verso no viste al poeta, sino lo desnuda; y con ellos lanza un alarido con todo aquello derruible, para hacer otro constructo más a placer.
[…] A veces
Despertamos a los árboles
para gritar, despacio, su caída.
A veces tropezamos
A veces no volvemos
A veces intentaos huir,
pero las huellas las llevamos dentro.[4]
En la tercera parte del poemario, Después de ti (Amor casi infinito), sublima el tiempo. El poeta se lanza una vez al potencial recuerdo del amante. Se reclama la falta y endulza la ausencia con terneza, dedica nostálgicamente cada verso bajo sopor, sudoración del alma necesitada del otro. Se reconoce en lo que se fue en tiempo no existente:
Mi piel es el océano obscuro
que te espera y respira
cuando piensa en ti… [5]
las uñas y los brazos están fríos como ballenas,
y como ballenas lloran tu
memoria.[6]
Llevados al interior del alma sufriente, los reclamos no se hacen en la espera y una gárgara pegajosa satura la garganta para evitar otro aullido, doliente:
¡¿Cómo te olvido!?
Si mis dedos aprendieron a ser mágicos
en la luz de tu sombra.[7]
Cierra el poemario con calma, aceptando lo venidero dentro de un sendero de fuego donde se inmola en sus palabras calcinadas, brazas ardientes:
Te toco el corazón,
para que los temores se queden en mis manos,
para buscar en el invierno,
el nombre del mañana.[8]
David Uriel Martínez Varela, octubre de 2012.
Reyes Ramos, Raúl, 33 city Rounds, libros CIELOabierto, Azafrán y Cinabrio, México, 2012, (portada por Liz Vázquez: En nis sueños) ISBN: 978-607-7778-57-8
[1] Aquellas calles rojas, pág. 12
[2] Asbesto tenaz en trayectoria, pág. 9
[3] Nuestro tiempo artificial, pág. 13
[4] Seguir escapando lejos, Pág. 16.
[5] Espera Uno (El océano de ayer), pág. 21
[6] Espera Dos (Llanto de Telarañas) pág. 22
[7] II. Memoria Vital (Borboleta mágica), pág. 24
[8] Invierno con futuro, pág. 29.
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