La primera de forros ostenta el nombre del libro HORACIONES, a primer
impresión y la risa pícara de Benjamín Valdivia, sigilosa, aduce “tiene una
errata”. Sin conocimiento de causa digo:
—Es un juego
sintáctico o tal vez fonético, o quizá retórico. No le borro la mueca del
rostro.
—No, —dice —retomé
los poemas de Horacio, y pienso como hubiere escrito en nuestro tiempo, así que
la primera línea de cada poema es la traducción del latín y el verso
del poema latino a manera de título. Caí en la trampa, es una resignificación
de la obra.
Revolcarse en la tumba de alegría e incertidumbre, de penares o certezas.
Horacio, el poeta latino de la antigüedad, puede elegir entre la sacudida
poderosa del tremor terráqueo o la levedad insospechada de la verdad, (verdad a
medias) de aquellos que con atrevimiento son leyentes de la versificación poética horaciana, y la relamen en la
dialectal lengua románica.
Si consideramos atrevido releer un texto tan antiguo en latín, más
abyecto pareciere retomarlo y vivificarlo en la lengua mexicana del siglo
veintiuno. Pero no lo es de tal juicio, bien puede ser que Benjamín Valdivia
sea un sincretizador, o pleno de locura horaciana, se colma en el atrevimiento.
Sito. (con ese) Página 24, donde bañado de luz, el libro alumbra:
Laetus in praesens animus
Regocíjese el ánima al presente
y lo demás olvídelo
[…]
aquí la luz es demencial de tan clara
y la noche, si llega, igual la gustaremos.
Soy inmerso, adherido al papel en pleno. Mi cuerpo plano aunado a la
letra, impreso en tinta. Desde el horizonte del poema 14, veo al lector como
antes viese la hoja al poeta, llegará la oscuridad si el libro se cierra y se
colma de ausencias entre las páginas opuestas, agora unidas, ciernen la noche;
e inmediato maldice:
et malignum spernere vulgus,
para el vulgo maligno mi desprecio,
mi sangre venenosa y todas las
palabras frías.
[…]
También a los poetas blandos,
cómodos, los que
al vulgo hablan y, salpicante, el
aplauso esperan suyo.
Yo la luz toda terrible, el abismo
del fulgor, tantos amores,
lo alto, ala negada al cieno, lo que
no alcanzan: todo.
Y el retorno al silencio que nos
ocupa, pues la lectura del silente, remembra solo el pasado que oculta la
memoria. Habrá que designar los nuevos nombres para lo ya creado, y renombrar
como recrear.
Dicam insigne, recens, adhuc indictum ore alio
Decir lo alto, lo nuevo, aquello no
dicho por voz alguna
y entregarlo a este mundo de sordos
que suman sombra.
Sonido celeste abatido en las
piedras que nadie conoce
Pero puesto a asolear en la peña
cual una zalea de tigre.
[…]
Son nombres propios de cosas ausentes, de
inéditos mundos.
Oficio es éste de traerlos vivos, fosforecer
la luz de nuestros huesos.
Y después de la insolencia, las retóricas preguntas: ¿de qué materia o
espíritu estamos hechos?, ¿acaso el poeta no se forja en el vientre de la madre
sino se siembra en la tierra con la palabra-semen de otro poeta desde antaño?
Así hereda demenciales horaciones imbricas.
Un segundo plano, otra piel zurcida a otra nueva colmada de voces anquilosadas
por los siglos.
Y llega a la orilla de cada letra impregnada de tintas, situado a las
vírgulas, adherido a los signos de los tiempos.
Pulvis et umbra
sumus
Somos de sombra
y polvo:
lápidas vivas.
Somos de tiempo
y sombra,
de cosas
inasibles.
Y entonces ¿de qué no materia fuimos forjados? Valdivia navega por los insondables
laberintos del verso:
Beatus ille
Dichoso aquél
en cuya testa
aduce clara,
lúcida la
visión,
lumbre del
cielo.
Mundo ni muerte
ni riqueza
pueden sanar
sagrada su enfermedad mortal.
Sonriente en su
locura
canta sin un
temor y a lo profundo avanza.
Así de que deshojo el libro, lanzado a la hoguera, prohibitivo, trémulo,
se niega adherido a mis manos, no puedo despegarlo, cimbra el cielo y clama:
Horrida
tempestas
Tormenta horrísona
nos mate nunca.
El terremoto
diga
su nombre cruel
en sitios más allá.
La ola
enfurecida
no visite sueño.
Sólo el fuego
celeste continúe
este lapso de
mutua comunión.
Pierdo de vista la foja, los papiros se enredan, la legua se atora en
los ojos que releen, hasta aquí soy un cautivo más y veo a lo lejos la imagen
perdida del vate, si apenas recuerdo su sonrisa inicial. Tinta impregna la piel
adherida, desollado, trasmutado en palabra, a la distancia escucho la voz en trueno;
paradoja muda:
jungite fata
Hados gozosos
que me trajeron hasta
aquí.
No esperaba el
esplendor ni el canto
pero aquí estoy con
la voz iluminada.
Otra vez en la cima
fantástica
(y allá, muy debajo,
el mundo).
Yo feliz con mi
suerte; y tú. Y los demás
fosforezcan sus
huesos en la sombra.
León de los Aldama, Gto., 29 de abril de 2013
Valdivia,
Benjamín, HORACIONES, Azafrán y Cinabrio ediciones, 2011. pp. 98.
Horacio -como suele decir el estimado Benjamín Valdivia- con voz nueva, en el lenguaje de un mexicano del siglo XXI.
ResponderEliminarUn logro poético que ve de reojo al pasado, para establecer -mediante el preciso conocimiento de la tradición- una nueva manera de nombrar lo importante.
Excelente reseña, estimado Uriel. Saludos cordiales. Raúl Reyes Ramos.