martes, 7 de mayo de 2013

El peregrino

José Julián Gámez,Hernández, fragmento de la obra: Porque hay marcas que son solamente mías
o mi lado izquierdo donde anidas, técnica Óleo sobre tela, 2011.


Deambular, recrear caminos desconocidos con la vista ávida, la pupila retráctil al juego de la luz. Los mismos senderos que la mano crea. Levantar el agua que acumula la cotidianeidad. Así con poco equipaje y paso a golpe de ola, en pausas admirativas, va el peregrino. Juan Carlos Recinos, poeta, hace el recorrido místico, ritual, por la vía de las palabras; y con ellas brota de lo imaginario lo que el entorno ofrece. Nacido en la selva alta, acarrea con el vórtice viajero un cúmulo de ruidos y voces que huelen a mar, a río, la frontera acuosa entre los estados de Chiapas y Tabasco.

Vivo cerca del mar, con el rostro seco
y los ojos distantes. Vengo del agua,
canto sobre tu cuerpo mineral. [1]

Se vale de la poesía para explicar lo incomprensible e ignoto del trayecto que recorre, su nostalgia, el abandono y los mares descubiertos. Lleva a cuestas el peso mayor del amor y reclama con silbidos de ave en celo, gorjeos, la presencia de la amada:

Me pierdo en el abismo de tus ojos,
negrura del océano.
Pájaros de otro tiempo
convierten sus vestidos en raíces,
raíces de tu pelo.
Tus brazos, náufragos,
huyen del sol.

[…]

Tus pechos –dos frutos tan maduros–
acopian la luz que acumulan distancias infinitas. [2]

En tal arrebato canta con las aves, modifica sus manos en alas, viaja súbito grandes distancias con un clamor, estentóreo:

Mis manos te recorren a distancia.
Pájaros de agua te borran
y parvadas de peces te navegan.

Cauce imaginario.
El río es invención,
vino que se derrama
en los bordes de arena de tu piel. [3]

Y atrae el anhelo, inventa la forma de acariciar lo distante:

Frente a mi tus senos, musa enferma,
en otoño. Se retuerce tu cuerpo reptil,
en la líneas desnudas de mi piel. [4]

Salobre, húmedo, el mar se vuelca en tinta:

En el viaje de la ola y de la piedra,
la rosa de los vientos se abrió
sobre el racimo de tus pechos. [5]

Náufrago, se pierde en lo insondable marítimo, la oquedad, la turbulencia amorosa:

Con el débil otoño, en rincones húmedos,
mi corazón de sombras navega en olas muertas. [6]

Declara el amor, la propiedad, la invención:

Te amo desde que tu cuerpo de peces
extingue al sol y al silencio,
y el corazón desgrana  palabras de sauce
en tu mano desnuda. [7]

Existes porque te nombro y mi respiración
gotea en tu piel. [8]

Esta noche tu nombre recorre el mundo,
cuenta la historia de tu mirada, gaviota que se
entrega al vuelo. [9]

Y entonces, se crean los caminos en espuma marina, emerge, remembranza de arena agolpan los recuerdos y el tiempo se detiene:

Tu respiración late entre mis venas:
sonidos y sentidos vagan de isla a isla,
del ciego oscurecer.

Mis ojos, vacíos de sol y luna,
de inviernos y veranos, sobreviven
a tu insondable mar. [10]

El poeta suspende su andar, cierra con la pérdida del tiempo la dilución del espacio, su voz de pájaro se pierde en la espesura de la selva  a la orilla marítima. Cesa su canto, distante otra marisma reclama su presencia, otros senderos se abren.

León de los Aldama, Gto., 7 de mayo del 2013



[1] Recinos, Juan Carlos, Cantos Peregrinos, Ediciones Jaguar, 3ª ed. México, 2012, pp.56, Vivo cerca del mar, pág. 41
[2] Ibídem, “Cementerios”, pág. 15
[3] ibídem, Transparencias, pág. 16.
[4] Ibídem, Líneas desnudas, pág. 20.
[5] Ibídem, Silencio que concentra, pág. 23.
[6] Ibídem, Olas muertas, pág. 26
[7] Ibídem, Manos, pág. 30
[8] Ibídem, Al poniente, pág. 31
[9] Ibídem, Esta noche recorre el mundo, pág. 48
[10] Ibídem, Sonidos, pág. 34

lunes, 29 de abril de 2013

LAS HORACIONES DE BENJAMÍN VALDIVIA


La primera de forros ostenta el nombre del libro HORACIONES, a primer impresión y la risa pícara de Benjamín Valdivia, sigilosa, aduce “tiene una errata”. Sin conocimiento de causa digo:
—Es un juego sintáctico o tal vez fonético, o quizá retórico. No le borro la mueca del rostro.
—No, —dice —retomé los poemas de Horacio, y pienso como hubiere escrito en nuestro tiempo, así que la primera línea de cada poema es la traducción del latín y el verso del poema latino a manera de título. Caí en la trampa, es una resignificación de la obra.

Revolcarse en la tumba de alegría e incertidumbre, de penares o certezas. Horacio, el poeta latino de la antigüedad, puede elegir entre la sacudida poderosa del tremor terráqueo o la levedad insospechada de la verdad, (verdad a medias) de aquellos que con atrevimiento son leyentes de la versificación  poética horaciana, y la relamen en la dialectal lengua románica.

Si consideramos atrevido releer un texto tan antiguo en latín, más abyecto pareciere retomarlo y vivificarlo en la lengua mexicana del siglo veintiuno. Pero no lo es de tal juicio, bien puede ser que Benjamín Valdivia sea un sincretizador, o pleno de locura horaciana, se colma en el atrevimiento.

Sito. (con ese) Página 24, donde bañado de luz, el libro alumbra:

Laetus in praesens animus

Regocíjese el ánima al presente
y lo demás olvídelo

[…]

aquí la luz es demencial de tan clara
y la noche, si llega, igual la gustaremos.

Soy inmerso, adherido al papel en pleno. Mi cuerpo plano aunado a la letra, impreso en tinta. Desde el horizonte del poema 14, veo al lector como antes viese la hoja al poeta, llegará la oscuridad si el libro se cierra y se colma de ausencias entre las páginas opuestas, agora unidas, ciernen la noche; e inmediato maldice:

et malignum spernere vulgus,

para el vulgo maligno mi desprecio,
mi sangre venenosa y todas las palabras frías.

[…]

También a los poetas blandos, cómodos, los que
al vulgo hablan y, salpicante, el aplauso esperan suyo.

Yo la luz toda terrible, el abismo del fulgor, tantos amores,
lo alto, ala negada al cieno, lo que no alcanzan: todo.

                Y el retorno al silencio que nos ocupa, pues la lectura del silente, remembra solo el pasado que oculta la memoria. Habrá que designar los nuevos nombres para lo ya creado, y renombrar como recrear.

Dicam insigne, recens, adhuc indictum ore alio

Decir lo alto, lo nuevo, aquello no dicho por voz alguna
y entregarlo a este mundo de sordos que suman sombra.

Sonido celeste abatido en las piedras que nadie conoce
Pero puesto a asolear en la peña cual una zalea de tigre.

[…]

Son nombres propios de cosas ausentes, de inéditos mundos.
Oficio es éste de traerlos vivos, fosforecer la luz de nuestros huesos.

Y después de la insolencia, las retóricas preguntas: ¿de qué materia o espíritu estamos hechos?, ¿acaso el poeta no se forja en el vientre de la madre sino se siembra en la tierra con la palabra-semen de otro poeta desde antaño? Así hereda demenciales horaciones imbricas. Un segundo plano, otra piel zurcida a otra nueva colmada de voces anquilosadas por los siglos.

Y llega a la orilla de cada letra impregnada de tintas, situado a las vírgulas, adherido a los signos de los tiempos.

Pulvis et umbra sumus

Somos de sombra y polvo:
lápidas vivas.

Somos de tiempo y sombra,
de cosas inasibles.

Y entonces ¿de qué no materia fuimos forjados? Valdivia navega por los insondables laberintos del verso:

Beatus ille

Dichoso aquél
en cuya testa aduce clara,

lúcida la visión,
lumbre del cielo.

Mundo ni muerte ni riqueza
pueden sanar sagrada su enfermedad mortal.

Sonriente en su locura
canta sin un temor y a lo profundo avanza.

Así de que deshojo el libro, lanzado a la hoguera, prohibitivo, trémulo, se niega adherido a mis manos, no puedo despegarlo, cimbra el cielo y clama:

Horrida tempestas

Tormenta horrísona
nos mate nunca.

El terremoto diga
su nombre cruel en sitios más allá.

La ola enfurecida
no visite sueño.

Sólo el fuego celeste continúe
este lapso de mutua comunión.

Pierdo de vista la foja, los papiros se enredan, la legua se atora en los ojos que releen, hasta aquí soy un cautivo más y veo a lo lejos la imagen perdida del vate, si apenas recuerdo su sonrisa inicial. Tinta impregna la piel adherida, desollado, trasmutado en palabra, a la distancia escucho la voz en trueno; paradoja muda:

jungite fata

Hados gozosos
que me trajeron hasta aquí.

No esperaba el esplendor ni el canto
pero aquí estoy con la voz iluminada.

Otra vez en la cima fantástica
(y allá, muy debajo, el mundo).

Yo feliz con mi suerte; y tú. Y los demás
fosforezcan sus huesos en la sombra.

Todo está perdido... solo queda el silencio.


León de los Aldama, Gto., 29 de abril de 2013



Valdivia, Benjamín, HORACIONES, Azafrán y Cinabrio ediciones, 2011. pp. 98.

sábado, 30 de marzo de 2013

Tertulia una voz permanente

 

Dos vírgulas forman la letra T inicial del nombre de la revista Guanajuatense TERTULIA, letras e imágenes. Esta publicación de carácter independiente, surgió en el año 1992 con una periodicidad trimestral. Los esfuerzos editoriales independientes, poco sospechan el valor de la permanencia y su viaje al futuro, la mayoría desaparece sin rastro; así por prodigios del sino, llegaron a mis manos varios ejemplares de esta importante empresa coordinada por Manuel Apodaca y Gerardo Rivera Lozano, quienes dirigían la revista hace veinte años, la intención expresa en la editorial los situaba como voceros de la literatura y arte joven de Guanajuato en la década de los noventa, antes de la época del desarrollo tecnológico del internet, blogs, las redes sociales y otros monstruos.

Para el año 1993, la revista Tertulia, letras e imágenes, festejaba su primer aniversario. Este número, en particular, ofrecía una visión personal de  los creadores acerca de la ciudad de Guanajuato. Abro sus forros y el aroma del papel permite ese bálsamo, que volátil, sacude la memoria y nos arroja al pasado. Impresa en tamaño medio tabloide conserva el contenido como pan recién salido, aún cálido. Los interiores recuperan fragancias que reposan mientras una atrevida mano hojea de nuevo sus treinta y dos páginas. Las grapas metálicas transmutadas en óxido ferroso, gotas sanguinolentas, manchan el albo papel, al mismo tiempo que le sujetan. Tertulia, concentraba en su número cinco (correspondiente al trimestre octubre-diciembre), textos de autores regionales, entonces Jóvenes promesas, hoy creadores consolidados. Figuraban en su consejo editorial Demetrio Vázquez Apolinar, José Báez, Raymundo Marmolejo e Ilse Gabriela García. Los escritos giran en torno a la forma en que estos autores se ven inmersos en el laberinto de piedras y túneles, misterio y leyenda, personajes vivos y fenecidos… como lo expresa José Báez en “Las teorías de la piedra”: ahí la idea de la piedra es otra cosa. Ya no es la cantera labrada de la Colonia, sino la roca burda del paleolítico. (pág. 7)

La 1ª de forros presenta una obra de Olga Costa: las bañistas, de estilo naif, producida en 1936. En el interior Manuel Apodaca, desarrollaba un escrito intitulado Olga Costa: resurrección de la flor, donde expone la importancia de la presencia de la pintora y del artista José Chávez Morado en Guanajuato, así como de la significativa donación de obra prehispánica al museo de la Alhóndiga de Granaditas en 1975 y la aportación del matrimonio con la creación del Museo del Pueblo de Guanajuato, en 1979.

Benjamín Valdivia, hidrocálido-guanajuatense, aportaba en esta edición un texto en cual oteaba al cocodrilo totémico del silaoense Efraín Huerta, a casi ochenta años de su nacimiento. Proponía para el estudio de su obra poética partir de una tetra-arquetípica postura: El amor, la historia, la política y la naturaleza. Contempla dualidades temáticas opuestas: Amor/política, Historia/Naturaleza; esa fusión de los dos pares de opuestos con sus respectivas contracciones de cada cual, se permea de la atmósfera y el estilo propios de Huerta: la violencia festiva, el humor y la corrosividad dirigidos por un vuelo superior. (sic. pág. 3) Bien valdría ahora la persecución de la tesis cuando se aproxima el centenario natal de tan insigne poeta para junio del año 2014. Expresa que para Huerta en la creación de los poemínimos se conjuga la síntesis y  la culminación. Valdivia construiría en años venideros, la obra que concentra el estudio más completo acerca de la Historia de la Literatura Guanajuatense, antes de la llegada del siglo XXI, editado por ediciones la rana, al cierre del milenio.

La cita con la  poesía queda a mano de Juan Manuel Ramírez Palomares, Pedro Vázquez Nieto, Juan José Araiza Arvizu, Gerardo Rivera Lozano, Francisco Azuela, Amaranta Caballero Prado e Ignacio Mao Galván Corona; más la traducción de poemas de Fernando Pessoa por Demetrio Vázquez Apolinar. Este nutrido grupo de poetas, formados varios de ellos en las aulas universitarias y ahora con una trayectoria admirable en las letras guanajuatenses, plasman en las páginas de Tertulia, ejemplos del quehacer postmoderno. Trascribo el poema Distancia II, del Leonés Juan Manuel Ramírez Palomares:

La noche
más profunda que su aparente sombra
más abandonada que sus descastados ángeles
más enloquecida que su burdel de humo
menos poblada que la garganta rota
La noche siempre antigua y joven
La noche un hombre en cada páramo
Callada como tu espalda
La noche ladra sus esquinas
nos une
me separa
Loca cigarra eriza la noche
la noche
vientre del agua


Cuestiones inevitables me acosan, ¿cómo recuperar en un formato electrónico el tiraje total de esta revista que agrupa a tantos exponentes? ¿Qué tan invaluable es el tesoro que resguarda? Seguro estoy que el tiempo nos dará respuestas no previstas o ampliará nuestras dudas. Releo, las palabras se re-escriben otra vez. Sumergido en cada texto busco antaño saber, y veo a través  del papel los muros de piedra viva, hedionda, cadavérica que se transmuta y momifica, por donde corre la sabia de los fantasmas que habitan la ciudad horadada, la ciudad tumba, la que alquimista resurge a diario y trastoca el tiempo. Mucho queda por escuchar en el silencio las voces que resurgen a través de sus páginas, mucho queda por decir.
David Uriel Martínez Varela