lunes, 29 de abril de 2013

LAS HORACIONES DE BENJAMÍN VALDIVIA


La primera de forros ostenta el nombre del libro HORACIONES, a primer impresión y la risa pícara de Benjamín Valdivia, sigilosa, aduce “tiene una errata”. Sin conocimiento de causa digo:
—Es un juego sintáctico o tal vez fonético, o quizá retórico. No le borro la mueca del rostro.
—No, —dice —retomé los poemas de Horacio, y pienso como hubiere escrito en nuestro tiempo, así que la primera línea de cada poema es la traducción del latín y el verso del poema latino a manera de título. Caí en la trampa, es una resignificación de la obra.

Revolcarse en la tumba de alegría e incertidumbre, de penares o certezas. Horacio, el poeta latino de la antigüedad, puede elegir entre la sacudida poderosa del tremor terráqueo o la levedad insospechada de la verdad, (verdad a medias) de aquellos que con atrevimiento son leyentes de la versificación  poética horaciana, y la relamen en la dialectal lengua románica.

Si consideramos atrevido releer un texto tan antiguo en latín, más abyecto pareciere retomarlo y vivificarlo en la lengua mexicana del siglo veintiuno. Pero no lo es de tal juicio, bien puede ser que Benjamín Valdivia sea un sincretizador, o pleno de locura horaciana, se colma en el atrevimiento.

Sito. (con ese) Página 24, donde bañado de luz, el libro alumbra:

Laetus in praesens animus

Regocíjese el ánima al presente
y lo demás olvídelo

[…]

aquí la luz es demencial de tan clara
y la noche, si llega, igual la gustaremos.

Soy inmerso, adherido al papel en pleno. Mi cuerpo plano aunado a la letra, impreso en tinta. Desde el horizonte del poema 14, veo al lector como antes viese la hoja al poeta, llegará la oscuridad si el libro se cierra y se colma de ausencias entre las páginas opuestas, agora unidas, ciernen la noche; e inmediato maldice:

et malignum spernere vulgus,

para el vulgo maligno mi desprecio,
mi sangre venenosa y todas las palabras frías.

[…]

También a los poetas blandos, cómodos, los que
al vulgo hablan y, salpicante, el aplauso esperan suyo.

Yo la luz toda terrible, el abismo del fulgor, tantos amores,
lo alto, ala negada al cieno, lo que no alcanzan: todo.

                Y el retorno al silencio que nos ocupa, pues la lectura del silente, remembra solo el pasado que oculta la memoria. Habrá que designar los nuevos nombres para lo ya creado, y renombrar como recrear.

Dicam insigne, recens, adhuc indictum ore alio

Decir lo alto, lo nuevo, aquello no dicho por voz alguna
y entregarlo a este mundo de sordos que suman sombra.

Sonido celeste abatido en las piedras que nadie conoce
Pero puesto a asolear en la peña cual una zalea de tigre.

[…]

Son nombres propios de cosas ausentes, de inéditos mundos.
Oficio es éste de traerlos vivos, fosforecer la luz de nuestros huesos.

Y después de la insolencia, las retóricas preguntas: ¿de qué materia o espíritu estamos hechos?, ¿acaso el poeta no se forja en el vientre de la madre sino se siembra en la tierra con la palabra-semen de otro poeta desde antaño? Así hereda demenciales horaciones imbricas. Un segundo plano, otra piel zurcida a otra nueva colmada de voces anquilosadas por los siglos.

Y llega a la orilla de cada letra impregnada de tintas, situado a las vírgulas, adherido a los signos de los tiempos.

Pulvis et umbra sumus

Somos de sombra y polvo:
lápidas vivas.

Somos de tiempo y sombra,
de cosas inasibles.

Y entonces ¿de qué no materia fuimos forjados? Valdivia navega por los insondables laberintos del verso:

Beatus ille

Dichoso aquél
en cuya testa aduce clara,

lúcida la visión,
lumbre del cielo.

Mundo ni muerte ni riqueza
pueden sanar sagrada su enfermedad mortal.

Sonriente en su locura
canta sin un temor y a lo profundo avanza.

Así de que deshojo el libro, lanzado a la hoguera, prohibitivo, trémulo, se niega adherido a mis manos, no puedo despegarlo, cimbra el cielo y clama:

Horrida tempestas

Tormenta horrísona
nos mate nunca.

El terremoto diga
su nombre cruel en sitios más allá.

La ola enfurecida
no visite sueño.

Sólo el fuego celeste continúe
este lapso de mutua comunión.

Pierdo de vista la foja, los papiros se enredan, la legua se atora en los ojos que releen, hasta aquí soy un cautivo más y veo a lo lejos la imagen perdida del vate, si apenas recuerdo su sonrisa inicial. Tinta impregna la piel adherida, desollado, trasmutado en palabra, a la distancia escucho la voz en trueno; paradoja muda:

jungite fata

Hados gozosos
que me trajeron hasta aquí.

No esperaba el esplendor ni el canto
pero aquí estoy con la voz iluminada.

Otra vez en la cima fantástica
(y allá, muy debajo, el mundo).

Yo feliz con mi suerte; y tú. Y los demás
fosforezcan sus huesos en la sombra.

Todo está perdido... solo queda el silencio.


León de los Aldama, Gto., 29 de abril de 2013



Valdivia, Benjamín, HORACIONES, Azafrán y Cinabrio ediciones, 2011. pp. 98.

1 comentario:

  1. Horacio -como suele decir el estimado Benjamín Valdivia- con voz nueva, en el lenguaje de un mexicano del siglo XXI.
    Un logro poético que ve de reojo al pasado, para establecer -mediante el preciso conocimiento de la tradición- una nueva manera de nombrar lo importante.
    Excelente reseña, estimado Uriel. Saludos cordiales. Raúl Reyes Ramos.

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